«Ahora quiero contarles…», de Benjamín Prado

Ahora quiero contarles
que esta mañana supe
cómo de un solo golpe puede ser la tristeza
un cuchillo que cierre el corazón
y una llave
que abra la poesía.

Todo empezó una noche,
cuando mi amor me dijo:
–Cuenta cómo me ves,
descríbeme en tus versos
y así
sabré quién soy
cuando me miras.

No pude conseguirlo.
Me adentraba en la jungla negra del diccionario
para luchar con verbos venenosos,
nombres llenos de púas,
adjetivos salvajes que siempre se escapaban,
que siempre me vencían.
Caminé por la nieve feroz de los cuadernos.
Volví a mi casa con la piel herida
por un enjambre de interrogaciones:
–¿Pero de qué manera describiré sus ojos?
¿Vivero de la luz?
¿Suburbios de la luna?
¿Qué le llamo a su boca:
biblioteca del beso
o fruta submarina?

Cada tarde,
ella inventaba la felicidad
igual que el arqueólogo
encuentra la figura de un dios sumando ruinas
o el cocinero corta
monedas de marfil en la manzana.

Yo seguía pensando si llamarle a su pelo
abogado del aire,
catarata adiestrada
o indicio de león.

Pero entonces
llegaron a nadar en mi sangre
los peces del infierno: las sospechas, las dudas;
y el egoísmo
puso
su puñal
en mi mano,
y la herí con verdades crueles y mentiras,
y ella
me dijo adiós.

Yo he escrito este poema para recuperarla,
para que no se marche,
para que me perdone.
Porque de pronto,
está todo tan claro
y es fácil de explicar:
–Cada vez que me tocas,
en mi corazón crecen
los racimos
rojos
de la alegría.

Benjamín Prado
Marea humana
Visor

«Punto final», de Benjamín Prado

Un poema que imite

lo que vas a sentir cuando lo leas;

que diga al mismo tiempo

lo que siempre has pensado

y lo que nunca hubieses podido imaginar.

 

Un poema en el que las palabras

floten igual que el humo

de un papel

que se quema;

que suene como alguien

que habla de ti

en sueños;

que pueda ver en la oscuridad.

 

Un poema que beba de tus ojos,

que te espere despierto,

que salve las distancias,

que no te deje ir.

 

Un poema que te ha reconocido.

Un poema que ayude a pasar página.

Un poema que guarde un minuto de silencio

por lo que nunca se debió callar.

 

Un poema que sea imprevisible,

que diga otra cosa al leerlo otra vez.

Un poema que luche por las causas perdidas,

que se meta en la boca del lobo junto a ti.

 

Un poema que fue la pieza que faltaba;

que está escrito en la palma de tu mano;

que te deje secuelas;

que te arme de valor.

 

Un poema que sea más fuerte que el olvido.

Un poema que el tiempo ya no puede vencer.

 

Benjamín Prado
Ya no es tarde
Visor

«Propios y extraños», de Benjamín Prado

Lo dice todo el mundo:  ya no soy el que era.
Me llamo como el otro,
uso su ropa,
vivo en su casa y firmo lo que escribe;
pero el resto es distinto,
tiene razón la gente.

El hombre que creía
que nada más que el miedo consigue que las cosas
parezcan lo que son;
el hombre al que admiraban igual que a los delfines
que escoltan a los barcos sin saber dónde van;

el que calmó su sed
como quien bebe el agua de un vaso donde hubo
unas rosas cortadas;
o el que aún no sabía
que resulta imposible ser un mismo a solas;
ése, ya no soy yo.

El hombre en cuya mano estaba escrito:
–No hay vida más vacía que una tumba sin flores.

El que no sospechaba
que ser independiente
es poder elegir
a quién necesitar.

El hombre con dos caras que jamás era él mismo.
El hombre que quería estar solo y no pudo
porque ya  no quedaba sitio en la soledad.

El hombre que pasaba de largo por los otros.
El hombre que no supo
que el silencio no estaba nada más que en su oído.
El que ya no creía.
El que no te esperaba…

Pregúntale a cualquiera. Lo dice todo el mundo:
–Ya no eres ni la sombra de lo que fuiste,
desde que esa mujer está a tu lado.

 

Benjamín Prado
Ya no es tarde
Visor