Sé lo que es esperar: ¡esperé tantos días y tantas cosas de mi vida! Los inviernos tediosos esperando, los veranos, bajo el sol, esperando, el luminoso y amarillo otoño –bella estación para esperar– e incluso la primavera abierta a toda espera más próxima que nunca a realizarse, me han visto inútilmente, pero firme, tenaz, ilusionado, en el lugar y la hora de la cita, alta la fe y el corazón en punto. Alta la fe y el corazón dispuesto, igual que tantas veces, aquí sigo, en la esquina del tiempo –vendrá pronto– tras un limpio cristal de sol, de lluvia o de aire, acodado en el claro mirador de los vientos, mientras pasan y pasan los meses y los días. Ángel González Sin esperanza con convencimiento
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«Introducción a las fábulas para animales», de Ángel González
Durante muchos siglos la costumbre fue ésta: aleccionar al hombre con historias a cargo de animales de voz docta, de solemne ademán o astutas tretas, tercos en la maldad y en la codicia o necios como el ser al que glosaban. La humanidad les debe parte de su virtud y su sapiencia a asnos y leones, ratas, cuervos, zorros, osos, cigarras y otros bichos que sirvieron de ejemplo y moraleja, de estímulo también y de escarmiento en las ajenas testas animales, al imaginativo y sutil griego, al severo romano, al refinado europeo, al hombre occidental, sin ir más lejos. Hoy quiero –y perdonad la petulancia– compensar tantos bienes recibidos del gremio irracional describiendo algún hecho sintomático, algún matiz de la conducta humana que acaso pueda ser educativo para las aves y para los peces, para los celentéreos y mamíferos, dirigido lo mismo a las amebas más simples como a cualquier especie vertebrada. Ya nuestra sociedad está madura, ya el hombre dejó atrás la adolescencia y en su vejez occidental bien puede servir de ejemplo al perro para que el perro sea más perro, y el zorro más traidor, y el león más feroz y sanguinario, y el asno como dicen que es el asno, y el buey más inhibido y menos toro. A toda bestia que pretenda perfeccionarse como tal –ya sea con fines belicistas o pacíficos, con miras financieras o teológicas, o por amor al arte simplemente– no cesaré de darle este consejo: que observe al homo sapiens, y que aprenda. Ángel González Grado elemental
«Otras veces», de Ángel González
Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de grotesca algunas tardes.
Me gustaría mucho conocer
el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras,
comprobar si el pasado
impregna los tejidos del mismo zumo acre,
si todos los recuerdos en todas las memorias
desprenden este olor
a fruta mustia y a jazmín podrido.
Desearía mirarme
con las pupilas duras de aquel que más me odia,
para que así el desprecio
destruya los despojos
de todo lo que nunca enterrará el olvido.
Ángel González
Palabra sobre palabra
Seix Barral
«Inventario de lugares propicios al amor», de Ángel González
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
–sin interés alguno–
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.
Ángel González
Tratado de urbanismo
Bartleby Editores
«Las palabras inútiles», de Ángel González
Aborrezco este oficio algunas veces:
espía de palabras, busco,
busco
el término huidizo,
la expresión inestable
que signifique, exacta, lo que eres.
Inmóvil en la nada, al margen
de la vida (hundido
en un denso silencio sólo roto
por el batir oscuro de mi sangre),
busco,
busco aquellas palabras
que no existen
−quizá sirvan: delicia de tu cuello…−,
que te acosan y mueren sin rozarte,
cuando lo que quisiera
es llegar a tu cuello
con mi boca
−o acaso: increíble sonrisa que he besado−,
subir hasta tu boca
con mis labios,
sujetar con mis manos tu cabeza
y ver
allá en el fondo de tus ojos,
instantes antes de cerrar los míos,
paz verde y luz dormida,
claras sombras
−tal vez
fuera mejor decir: humo en la tarde,
borrosa música que llueve del otoño,
niebla que cae despacio sobre un valle−
avanzando hacia mí,
girando,
penetrándome
hasta anegar mi pecho y levantar
mi corazón salvado, ileso, en vilo
sobre la leve espuma de la dicha.
Ángel González
Palabra sobre palabra
Seix Barral
«Elegido por aclamación», de Ángel González
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! –dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy –silencio–
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Ángel González
Grado elemental
«El derrotado», de Ángel González
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba –último buitre–
el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo, bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.
Nunca –y es tan sencillo–
podrás abrir una cancela
y decir, nada más: «buen día,
madre».
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra para que descanses.
Ángel González
Sin esperanza con convencimiento
«Todos ustedes parecen felices…», de Ángel González
… y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen –nada
más que parecen– felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo: esta
desesperante, estéril, larga,
ciega desolación por cualquier cosa
que –hacia donde no sé–, lenta, me arrastra.
Ángel González
Áspero mundo
Ediciones Vitruvio