En momentos de derrota habría que plantearse otra lucha:
una pequeña, fácil, que se pueda superar sin demasiado esfuerzo.
Algo así como avanzar, con la cara hinchada a bofetadas de amargor,
hacia el azucarero, repitiendo en voz alta que, pase lo que pase,
os comeréis un terrón, que eludiréis los obstáculos diabéticos
y los imperios de la sacarina y, cuando lo tengáis a mano, jurad que os lo
vais a comer… y os lo coméis.
Habría que paladearlo bien porque es la salvación, es un placer.
No cambiará nada pero tampoco habrá agravado el entorno.
Todo seguirá doliendo en su sitio menos la dulzura,
que se habrá mudado a la cavidad auxiliar de la memoria.
Elena Román
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Ediciones Liliputienses