Cuando termina el tiempo del recreo,
las élites recogen el balón
y se lo llevan a casa.
Nosotros,
como siempre,
felices por haber correteado un rato,
por haber ganado incluso un partido,
nos quedamos mirándonos sonrientes
y continuamos apuntalando porterías,
alisando el campo, trazando unas líneas
que siempre nos dejan
fuera de juego.
Alberto García-Teresa
A pesar del muro, la hiedra
Huerga y Fierro Editores