«Hijos de la época», de Wislawa Szymborska

Somos hijos de la época,
la época es política.

Todos tus, nuestros, vuestros
asuntos diarios, asuntos nocturnos
son asuntos políticos.

Quieras o no lo quieras,
tus genes tienen un futuro político,
tu piel tiene una tonalidad política,
tus ojos un aspecto político.

Lo que dices, resuena,
lo que callas, tiene un sentido
de todas las formas, político.

Hasta yendo por la selva, por el bosque,
estás dando pasos políticos
con fundamentos políticos.

Los poemas apolíticos también son políticos,
y en lo alto brilla la luna,
un objeto ya no lunático.
Ser o no ser, he aquí la cuestión.
Qué, pregunta, dime, cariño.
Una pregunta política.

No hace falta que seas un ser humano,
para cobrar importancia política.
Basta con que seas petróleo,
pienso o materia reciclada.

O una mesa de debate, cuya forma
fue discutida durante meses:
¿en qué mesa pactar sobre la vida y la muerte?,
¿redonda o cuadrada?

Mientras tanto la gente se moría,
morían los animales,
ardían las casas
y los campos de cultivo se perdían
como en las épocas pretéritas
y menos políticas.

Wislawa Szymborska
Gente sobre el puente

«El terrorista: él mira», de Wislawa Szymborska

La bomba va a estallar en el bar a las trece y veinte.
Ahora son sólo las trece y dieciséis.
Algunos todavía tienen tiempo para entrar.
Otros, para salir.

El terrorista ya ha pasado al otro lado de la calle.
Esta distancia lo preserva de todo el mal.
Y ofrece un panorama como en el cine:

Una mujer con cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con gafas oscuras: él sale.
Unos muchachos en vaqueros: ellos hablan.
Las trece y diecisiete con cuatro segundos.
El más bajo, este tiene suerte, se sube a la moto,
y el más alto entra.

Trece y diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña, con una cinta verde en el pelo: ella camina.
Sólo que el autobús la tapa de repente.

Trece y dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
ya se verá cuando los vayan sacando.

Trece y diecinueve.
Parece que no entra nadie.
Al contrario, un gordo calvo aún sale.
Parece que busca algo en los bolsillos y
a las trece y veinte menos veinte segundos
vuelve a buscar sus miserables guantes.

Son las trece y veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
En cualquier momento.
Todavía no.
Sí, ahora.
La bomba: estalla.

Wislawa Szymboska
El gran número

«Amor feliz», de Wislawa Szymborska

Amor feliz. ¿Es normal,
es serio, es útil?
¿Qué provecho tiene el mundo de dos personas
que no ven el mundo?

Encumbrados mutuamente sin mérito alguno,
al azar, dos entre un millón, mas convencidos
que así tenía que ser −¿premio de qué?
De nada.
La luz surge de ninguna parte,
¿Por qué cae sobre estos y no sobre otros?
¿Ofende eso a la justicia? Pues sí.
¿Infringe las normas establecidas con esmero?
¿Derriba la moral? La daña y la derriba.

Mírenles qué felices:
¡Si disimularan al menos un poquito,
si fingieran desaliento dando ánimos a los amigos!
Escuchen cómo se ríen –es insultante.
Qué lenguaje usan –aparentemente claro.
Y esas ceremonias, y esos protocolos,
sus obligaciones rebuscadas de uno para con el otro –
¡parece un complot a espaldas de la humanidad!

Hasta resulta difícil prever qué ocurriría
si su ejemplo llega a propagarse.

Con qué podrían contar las religiones y la poesía,
de qué se acordarían, qué olvidarían
aquellos que quisieran pertenecer al círculo.

Un amor feliz. ¿Acaso es necesario?
El tacto y el sentido común aconsejan no hablar de eso
como si de un escándalo en las altas esferas de la Vida se tratase.
Magníficos bebés nacen sin su ayuda.
Jamás podría poblar la tierra,
ocurre muy pocas veces.

Que aquellos que no conocen un amor feliz
afirmen que no existe un amor feliz, en absoluto.

Con esa creencia les será más fácil vivir, y morir.

Wislawa Szymborska
Si acaso

«Monólogo para Casandra», de Wislawa Szymborska

Soy yo, Casandra.
Y esta es mi ciudad bajo la ceniza.
Y este es mi cayado y mis cintas de profeta.
Y esta es mi cabeza colmada de dudas.

Es verdad, estoy triunfando.
Mi razón hasta golpeó el cielo con un destello.
Sólo los profetas a los que no se cree
tienen semejantes vistas.
Sólo aquellos que mal empezaron las cosas,
y todo pudo haberse cumplido tan deprisa,
como si ellos no hubiesen existido.

Ahora me acuerdo claramente,
cómo la gente, al verme, callaba a mitad de palabra.
Se cortaba la risa.
Las manos ardían.
Los niños corrían hacia sus madres.
Ni siquiera conocía sus efímeros nombres.
Y aquella canción sobre la hoja verde,
nadie la terminó en mi presencia.

Yo les quería.
Pero quería desde lo alto.
Por encima de la vida.
Desde el futuro. Donde siempre hay vacío
y desde donde, ¿hay algo más fácil que ver la muerte?
Me arrepiento porque mi voz era dura.
Mírense desde las estrellas –gritaba–.
Mírense desde las estrellas.
Me oían y bajaban la mirada.

Vivían en la vida.
Forrados de gran viento.
Condenados.
Desde el nacer en los cuerpos del adiós.
Pero hubo en ellos una esperanza húmeda,
una llama alimentándose de su propio reverberar.
Ellos sabían lo que era un instante,
ay, al menos uno
antes de que…

Me salí con la mía.
Sólo que eso no significa nada.
Y esta es mi ropita manchada por el fuego.
Y estos son mis trastos de profeta.
Y esta es mi cara compungida.
Cara que ignoraba que pudiera ser hermosa.

Wislawa Szymborska
Mil alegrías – Un encanto

“Vietnam”, de Wislawa Szymborska

Mujer, ¿cómo te llamas? -No sé.

¿Cuándo naciste, de dónde eres? -No sé.

¿Por qué cavaste esta madriguera? -No sé.

¿Desde cuándo te escondes? -No sé.

¿Por qué me mordiste el dedo cordial? -No sé.

¿Sabes que no te vamos a hacer nada? -No sé.

¿A favor de quién estás? -No sé.

Estamos en guerra, tienes que elegir. -No sé.

¿Existe todavía tu aldea? -No sé.

¿Estos son tus hijos? -Sí.

 

Wislawa Szymborska
Aquí
Bartleby Editores