Nunca creí que Madrid pudiera ser amada por las almas frágiles que buscamos un pedazo de calor y desgarramos los mensajes pueriles con los que calles y plazas son día a día profanadas.
Pero el amor estalla detrás de cada esquina, en cada mirada que recojo los lunes deshechos cuando la vida cuesta un poquito más de la cuenta.
Me enamoro de esos fuegos que pululan en los bares, de las guitarras que arrojan una nota de luz sobre las bocas tristes.
Parece que la muerte aquí no existe, y que un coro eterno interpreta la melodía de ruido y fiereza que nos sepulta sin que lo advirtamos.
Del cielo caen chorros calientes y las sombras lánguidas de los árboles se arquean y maceran su fragancia de tierra y de sal.
Muchos pasean y pocos contemplan el agua que nos crea, las curvas pestañas que vibran en el centro de esta nada que nos infunde la falsa ilusión de ser algo.
El tiempo se detiene en Debod. Los jóvenes invocan a la vida entre bocanadas de tabaco rancio, tragos espumosos y canciones mal entonadas.
Hablan de los sueños perdidos, se aferran a la juventud que se les escapa, temen recordar en lugar de ser recuerdo.
No saben que el tiempo no es lineal. Que no avanza hacia la muerte, sino que esta es aquí y ahora, más cierta que cualquiera de los besos lanzados a los personajes esculpidos por nuestra mente.
Más cierta que el traqueteo de los cuerpos tambaleantes, más que la firme proclamación de ser porque se respira
Alguien volverá a la isla de los sueños y no seré yo.
Aunque quizás lo parezca cuando os silencien los cantos de cigarra de Cales Coves y os plantéis ajos en la piel tostada por el mismo sol que nos inundó en el Fin del Mundo.
Quizás se ría parecido mientras surcáis las entrañas de la luna de rocas o mientras exploráis los senderos que conducen a Llucalari o mientras esquiváis unas cuantas medusas en el mar de las plataformas.
Quizás te mire con tanto amor que parezca salírsele del pecho.
Más no, no seré yo.
Será una versión más libre y enamorada de este yo que vuela a un Madrid de ruidos y esperanzas.
Íbamos a presentar El baile de los girasoles en el Aleatorio a finales de marzo. El estado de alarma lo hizo imposible. Ya hemos podido publicar el libro, pero no renunciamos a hacer alguna presentación en cuanto sea viable. De momento os dejamos con esta minipresentación de Laura Carrillo Palacios:
Hoy, a las 20. 30 horas, podréis ver un concierto de Carlos Ávila sin salir de vuestras casas. Lo emitirán por los canales de Youtube y Facebook de Eklat Cultural.
Vídeo grabado en directo en el Teatro de Rojas de Toledo el 18 de enero de 2020.
CANCIÓN PARA HABLAR DE AMOR
Yo, que tenía por bandera la unidad,
me he convertido, dividiendo, en la mitad.
Y aunque el garbanzo negro pueda disfrutar, ser feliz,
tengo un amigo que me ha dicho que no es dividir, sino sumar.
La poesía de la vida, del amor,
crece en esencia si se vive con pasión.
Y aunque es muy sana la virtud de contemplar, de la quietud,
tengo un amigo que me ha dicho que el elixir de la salud es el sudor.
Como en el cine, la vida nunca es real
si no se vive ese beso de verdad.
Y aunque el romanticismo no es santo de mi devoción,
tengo un amigo que ha llorado con Lo que el viento se llevó y con Cristal.
Si en el futuro viene el tiempo del amor
después del tiempo de banderas y de dios…
Y aunque nosotros respetaremos al que al amor le niega el pan,
tengo un amigo que dice que si niegas amor, por culo das, y tiene razón.
Pobres Borbones, pobres ricos, que no ven
que con amores las penas se tragan bien.
Y aunque el dinero sí que ayuda a conseguir felicidad,
tengo un amigo que me ha dicho que eso es mentira, es irreal, lo dice él.
Lo que quería al hacer esta canción
es que no digan que nunca hablo del amor.
Y aunque la crítica social sea para mí la prioridad,
tengo un amigo que dice que eso es el gran amor, el amor social, y esto, una canción.
Por nacer en un sucio hospital público
y llorar como lloran casi todos los niños
en el azote del «welcome, no sabes lo que has hecho»,
y no aprobar como aprueban
los hijos de buena madre en las carnicerías
y empezar mal el arte de las mujeres
que pegando manotazos huían por el recreo,
no me recordarán en mi ciudad,
ni pondrán mi nombre en una calle,
ni en mi casa se dirá que allí viví.
Que por ser de una tendencia política marginada
no se hablará de mí en extensos congresos
con ilustres estudiosos de mis amores y desamores,
ni obtendré los ansiados premios póstumos
que tantísimo me gustan.
Que por escribir lo que se quiere,
por vivir lo que se puede
o por contar lo que se sabe,
no se harán de mí esas épicas películas,
ni será un best seller mi simple autobiografía,
ni tendré entre mis anales
millones de mujeres, hijos que me reclamen,
novias que nunca tuve.
Nadie, por mi autista manera
de no jugar a sus juegos,
por mi obstinada creencia de no creer en nada,
se parará por la calle a pedirme un autógrafo,
ni contará a sus hijos
que una vez conoció
a Carlos Ávila.
Carlos Ávila presentará en Madrid su nuevo libro-disco, Pero lo nuestro es cantar, con un concierto en la sala Alevosía (C/ Andrés Borrego, 8). Será el 29 de febrero, sábado, a las 21 horas.