«USA…», de Nicanor Parra

USA
DONDE LA LIBERTAD
ES UNA ESTATUA

Nicanor Parra
Artefactos

«Si usted sueña alguna vez…», de Federico de Arce

si usted sueña alguna vez
que vive en un país
donde lo obligan
a permanecer con vida
sentirá una terrible angustia
y querrá usted morir
pero no tenga miedo
es un sentimiento común
que antes o después
asalta a todos los muertos

Federico de Arce
El guardián de la voz
Editorial Gato Encerrado

«Los ángeles muertos», de Rafael Alberti

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.

Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.

Porque yo los he tocado
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.

En todo esto.
Más allá de las astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y siempre que se enfrían en las paredes.

Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de las cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.

Rafael Alberti
Sobre los ángeles
Cátedra

«Inventario de vuelos», de Vanessa Jiménez

Echa cuenta de cada cosa que el agua del tiempo diluye: 

echa cuenta de pérdidas no recordadas,
echa cuentas de vacíos que no sabe,
de cuantos no ha conocido y la amaron,
de cuántos conoció mal o poco,
de cuantos la quisieron solo un día,
de muñecos rotos,
de noches en vela,
de metálicos sonidos en la fiesta,
de voces en aparatos desde lejos,
de cigüeñas vistas en el viaje,
de los bocados esculpidos,
de piernas enlazadas a las suyas.

Echa cuentas de soles en rostro,
de confesiones nocturnas en la cama,
de escalofríos al pasar la misma puerta,
y no olvida calcular:
libros, besos,
medias rotas, visitas familiares,
dientes bajo la almohada,
conchas y caracolas,
cabellos cortados en los hombros,
sonidos de colchón,
copas de vino, cormoranes,
arenas bajo su espalda,
caídas y arañazos,
brazos que la alzaron como nube,
persianas in medias res,
resonadores silencios,
y luz sin nada más que luz al fondo.

Echa las cuentas con los dedos,
y al final, solo mira tus dedos,
y de ellos asciende hasta sí misma,
para borrar los ojos.
Sin vista no hay llanto:
borrón y cuenta nueva.

Vanessa Jiménez
De pájaro y muertes
Editorial Gato Encerrado

«Treme», de Abraham Guerrero Tenorio

La muerte es otra cotidianidad más
Chef Lambraux, TREME

ES viernes y es el barrio
de Treme, el porche grande
de la casa de madera blanca que siempre soñamos
brilla hoy más que nunca,
pues hace sol en New Orleans.

Familiares y amigos
sacan a hombros el féretro que con delicadeza
y buen tiento elegiste hace muy pocas horas.
Las trompetas, las tubas, el bombo y los trombones
tocan Just a closer work with thee,
mientras enfilo el rumbo hacia la Nada.

Es viernes y es el barrio
de Treme. El coche de la funeraria
se dirige hasta Sant Claude Avenue,
la mujer del paraguas negro y blanco
encabeza el desfile,
los chicos de la banda, con trajes y corbatas,
ahora tocan When I die, you better second line.
Bailan todos detrás de mi ataúd,
descontrolados,
porque es mejor la música para lo irremediable.

Si he de morir que ocurra en Treme
y que mi muerte sea una anécdota que mis hijos
cuenten a sus amigos, mientras juegan
y comen gumbo en el porche grande
de la casa de madera blanca que siempre soñamos.

Abraham Guerrero Tenorio
Toda la violencia
Ediciones Rialp

«Habitarnos», de Alicia Es. Martínez Juan

En la habitación blanca
abre las ventanas
levanta las puertas
y deja que entre el viento
que entren los barcos
todos los barcos
despacio
y el canal
Que entren todos los barcos
y el canal
Deja que entren los mástiles agitados
y las velas
En la habitación blanca
que entren los hombres
y las mujeres
que entren los coches rojos
y los blancos
Sobre todo que entren los blancos
Deja que entren las redes
los marineros
todos los marineros
Que entren las campanas
y los restaurantes
Todas las mesas de Sete
y las sillas
Pero sobre todo que entren los barcos
En la habitación blanca
no cierres nunca las ventanas
Que entre el viento que entre el viento
Que entre el viento que entre el viento
Que entre el viento que entre el viento

Alicia Es. Martínez Juan
En casa, caracol, tienes la tumba
Editorial Gato Encerrado

«Elegido por aclamación», de Ángel González

Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! –dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.

Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.

El deseo popular será cumplido.
A partir de ahora soy –silencio–
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.

Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.

Ángel González
Palabra sobre palabra
Seix Barral

«La enfermedad de los poetas», de Elena Román

Bésame la sonrisa, a ver qué pasa. Mi enfermedad no se obsesiona. Mi enfermedad no es tema de conversación entre enfermeras. La gente se les muere y ellas atesoran tristeza en la frente. Bésame la noche, que no se contagia. Bésamela, que sí se contagia. Ahora que te estoy viviendo me dan ganas de escribirte. Y hay quien envidia la enfermedad de los poetas. Yo no quiero curarme, aunque sería más llevadero si no estuviera enferma todo el día. Me pita el ventrículo derecho cuando me escribes. Cómeme la sonrisa, a ver si puedes. No me gustan los poetas que vuelan en barco. Pero tú sí.

Elena Román
Amapolamen
Editorial Gato Encerrado

«Desciendo hasta tu cuerpo y me oscurezco», de María Ángeles Pérez López

Desciendo hasta tu cuerpo y me oscurezco. Me pierdo en tu penumbra, en la apretada maraña de tu boca.
Han desaparecido las huellas de enfermeras y de antílopes, de pasajeros sombríos en el atardecer del metro. Los flamboyanes son promesas rojizas que nada quieren saber de la ciudad. Gotea, sobre los túneles también sombríos, la perlada e infame desmesura del sudor. La grasa de los motores recalienta la tarde hasta asfixiarla.
Entonces, agotado ya el día, entro en ti como en una cueva fresca y sibilante. Atrás quedan las horas insulsas, los platos de comida precocinada que se adhieren al plástico, los teléfonos que suenan sin que nadie conteste. Atrás queda, al fin, la expoliación carnal de las mañanas, fibra en la que los músculos se tensan hasta abrirse en puntitos de sangre que no se ha dejado domesticar por completo.
Cuando entro en ti, todo se borra: palabras que aprieto contra el paladar hasta volverlas de agua; archivos de memoria que no encuentro; proteína que pierde su estructura en la embriaguez extrema del calor.
Cuando entro en ti, la noche me posee.
El cuerpo pertenece a su placer.

María Ángeles Pérez López
Incendio mineral
Vaso Roto Ediciones

«Certificado de defunción», de Sofía Morante Thomas

Cuando una se encuentra cara a cara con la muerte prematura
su día a día consiste en maquinar cómo morir antes de que esta llegue
es decir
Cómo morir primero
cómo jugársela a la dama de negro
cómo reírse la última.

Una entonces comienza a coquetear con la muerte
y cruza sin mirar
y bebe demasiado
y se deja azotar
y se imagina un traspié en un barranco
y se fuma un día porque sí porque puede porque ya se va porque ya está porque se va a morir
porque está casi muerta porque ya le da igual porque ya no le importa
un paquete entero de
tabaco.

Al día siguiente irritada por su maloliente pelo
su boca reseca y la madera del suelo de su casa triste
se arrepiente y decide Vivir.

Una entonces comienza a volverse sana
y llena la nevera de productos ecológicos
y pasea más de dos horas por el parque
y saluda a los niños a las niñas a los animales
y respira la brisa del aire puro del río
y llega a casa
y se embadurna de crema hidratante
antes de meter su redimido cuerpo en su cama
antes solo antes de abrir un libro.

Una entonces horizontalmente orgullosa libro abierto en mano
escucha las melifluas conversaciones nocturnas
que se avivan bajo su balcón
y en su voz se produce un carraspeo
sus pulmones no la aguantan
su tristeza de hielo la consume
se siente extremadamente excitada
a la par que cansada le cuesta respirar
se espera otra noche de insomnio prolongado.

Revolver el infierno para después retornar a la vida
es más complicado de lo que le habían contado.

Sofía Morante Thomas
Otra conversación
Editorial Gato Encerrado